Entonces, de la profundidad de las aguas inmóviles surgió una serpiente emplumada. Se elevó al cielo silencioso y recorrió aquel manto oscuro reuniendo la esencia de cada elemento del universo. Encerró su vuelo en una espiral onírica para apresar a aquella alma fugitiva. Habiéndola atrapado, la mezcló en el centro del torbellino junto a sus sueños, sus plumas y el polvo cósmico que había reunido.
Ahora, el silencio sólo sería un recuerdo que poco a poco daba lugar a la primera nota de la vida. Esta fue llenando el universo, inundando el cielo e hizo vibrar el agua que, hasta entonces, se había mantenido en calma. Q'uk'umatz siguió girando en el cielo mientras surgía en el mundo todo lo que ahora conocemos. Regaló luz a la oscuridad, vida a la tierra y ojos al cielo. Llenó el vacío con un alud luminoso que se desprendía del centro del cielo, en torno al cual danzaba el quetzal.
La primera nota se multiplicó y se hizo melodía, el canto de la vida seguía creando y la serpiente bailando. La luz que se había desprendido de aquel suspiro del cielo partía en todas direcciones y se escondía tras el horizonte. Q'uk'umatz detuvo su vuelo y regresó con solemnidad al agua apacible. En el cielo se había roto el suspenso y el silencio. Ahora, era iluminado por una Luna de Jade que habitaba en él como estela de la creación y recuerdo de un todo hecho uno.
(1) Popol Vuh. Capítulo Primero.
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